Termina el año: la ropa vieja

domingo, noviembre 30, 2008


Al finalizar este mes me entregue a la ardua tarea de ordenar la ropa vieja de mi cuarto, una faena que había estado aplazando durante algunos años, más por pereza que por un aprecio real a mis pocas pertenencias. Pero dadas la cantidades altas de entropía que iba creciendo a mi alrededor - refiriéndome a esto a que el desorden me tenía agarrado de una...- decidí comenzar con la dolorosa selección de las prendas que aún podrían tener algún uso de las que ya eran inservibles.

Descubrí con desdicha que un bajo porcentaje de toda la ropa acumulada en mi armario (a punto de colapsar), era todavía utilizado, de hecho muchas de las prendas habían sido totalmente olvidadas y justo ahora que las analizaba una por una volvían a ser tomadas por mis manos. Durante la tediosa selección (que duro un par de horas) mientras las tomaba una tras otra, cada prenda me llevaba a un instantáneo y corto viaje al pasado, ahí estaba la camisa que use a los 15, la polera que solía llevar en mis primeros años de la universidad, el chaleco tipo salvavidas que compré de adolescente porque se parecía al que usaban los Backstreet Boys. En fin me sorprendí de la cantidad de recuerdos perdidos que habían estado atascados en mi armario de un metro medio por sesenta centímetros, y junto a esto era también catalogar cuales debían ser desechados y cuales no. Una regla importante en esa selección era que la ropa que iba a quedarse en el armario tendría que ser la que usaba todos los días, cosa que ninguna de las prendas pasadas cumplía, una poca cantidad podría quedarse encajonada para un "posible" futuro uso y las demás deberán ser tiradas a la basura o regaladas a terceros, para mi propia admiración, me di cuenta que casi a toda esa ropa usada no le quedaba otra que ir directo a un basurero o a una organización de beneficencia así que sin más reparo empecé a taucarla en el piso de cuarto.

Fue inevitable durante todo el proceso, proyectar aquel tumulto de tela desgastada y incolora como una sombra de mi propia vida, ahí estaban, mi infancia, mis años de colegio, los de la universidad, apilándose para ir directamente al desecho. Era como si expulsara algunos demonios escondidos en mi interior a los que añoraba pero que ya había llegado su hora de irse. Toda esa ropa alguna vez fue nueva, con colores llenos de vida y viendo ahora su estado actual y lo que el tiempo había echo con ellas, me pregunte, ¿si no habría partes en mi mismo que también ya se habrían desgastado?, y que por lo tanto también tendrían que ser desechas. Pero los seres vivos somos una unidad, no podemos desprendernos de nuestras partes desgastadas, tenemos que llevarlas con nosotros, y a medida que pasan los años nos vamos transformando en un tumulto de cosas viejas y usadas.

No queriendo ser fatalista recuerdo una dialogo antiguo de Mafalda que bajo la mano de Quino decía: "Uno no sabe si lleva la vida o es la vida que le lleva a uno". Al terminar y haciendo a un lado toda la nostalgia acumulada en las últimas horas, me quede con la imagen limpia y ordenada de mi cuarto, con el armario semi-vació pero con la ropa justa para seguir con mi vida actual. Entonces pensé, que no debe ser tan malo, si, seguir adelante a veces no es tan malo.

En memoria de Asha Ibrahim Dhuhulow

miércoles, noviembre 26, 2008


El día de mañana se cumple un mes del asesinato de Asha Ibrahim Dhuhulow, niña somalí de 14 años sentenciada a muerte por lapidación después de ser violada y acusada por sus propios agresores. (Ver nota de prensa). Este tipo de castigo esta previsto dentro de la ley islámica (aunque no así en el Corán), en la que una mujer que ha sido imputada por homicidio o adulterio puede llegar a ser condenada si ella misma confiesan el delito o si es señalada por 4 testigos. De ser la sentencia efectiva la víctima es llevada a un espacio publico donde es enterrada como un poste, para luego ser apedreada por una multitud hasta la muerte, las piedras usadas para esta faena (la ley también lo señala) no deben ser ni muy grandes pues podrían matar demasiado rápido, ni muy chicas para que dejen de ser consideradas como piedras, el proceso culmina cuando las piedras han cubierto el cuerpo de la víctima hasta la altura del pecho.

La lapidación es un castigo estipulado en las leyes de muchos países islámicos, aunque en los últimos años han sido muy pocos los casos en que se ha aplicado, pero mientras estas leyes no sean completamente anuladas, no podrán evitarse casos aislados como este, en el que el asesinato es practicado bajo la legalidad.

Se dice que los hombres nunca cometen maldad tan alegre y completamente como cuando lo hacen desde la convicción religiosa (Blaise Pascal), a esto muchos opinarán que la causante de estas atrocidades vienen de la religión musulmana, pero en esta época cuesta creer en una causa tan sencilla y fácil, recordemos que acá, en el occidente, hace pocos siglos se practicaba la santa inquisición donde millares seres humanos vieron sus vidas extinguirse bajo la imagen de una cruz. La maldad, el odio y la crueldad no necesitan tener medios tan complicados para expandirse debido a que ya están incrustadas en la humanidad desde sus inicios, por ahí se dice que la naturaleza del hombre es malvada; su bondad es cultura adquirida (Simone de Beauvoir).

La lapidación es un castigo que no viene del Corán, parece ser, como muchos de los vicios e injusticias un hecho arraigado en lo más profundo de la sociedad que se escuda bajo la cultura y religión Islámica. Para alcanzar entender la desgracia de Asha, hay que también tomar conciencia de la situación actual que vive Somalia, un país cuyo poder es disputado entre los tribunales islámicos (que gozan de aplicar la ley islámica de forma rigurosa), el gobierno central, la invasión Etiope (con apoyo norteamericano), además de bandas de piratas que han tomado en control de varios puerto y zonas marítimas, han dejado a esté país en la peor crisis humanitaria de la actualidad.

Asha es víctima de este cruce de poderes, de los tribunales islámicos que más que preocuparse de seguir el camino de justicia que exige el Corán se preocupan por demostrar su poder mando. Podemos descubrir en esto que las verdaderas causas de estas desgracias no son más que las mismas de ayer: intolerancia, ignorancia y ansias de poder. Para finalizar dejo un breve versículo del Corán que por seguro fue obviado de la memoria de aquellos que condenaron y apedrearon a esta pobre niña. Sois (musulmanes) la mejor comunidad que jamás se haya suscitado entre los hombres: Ordenáis el bien, prohibís el mal y creéis en Dios. (Corán 3:110)

El Bariloche de Neuman

domingo, noviembre 09, 2008

Bariloche, la novela corta del escritor argentino Andrés Neuman, es un rompecabezas extenso que desafía al lector, hipnotizándolo con un lenguaje preciso, lírico e inmensurable. El protagonista, Demeterio Rota – un gran aficionado a los puzzles- es recogedor de basura dentro de un Buenos Aires somnoliento e indiferente. Alojado en la zona de Chacarita Demeterio sale todas las mañanas a la recogida junto a su camarada el “Negro” con quien ha forjando una amistad basada en la confidencia y las desdichadas de la vida.

El alcance de la obra de Neuman es, sin exagerar, formidable. Los distintos tiempos, espacios y voces usados en los cincuenta y cinco capítulos son absolutamente precisos; cumpliendo con la difícil tarea de otorgar a cada personaje un lenguaje propio, como la voz del Negro que se diluye bajo la piel de un argentino porteño de clase media, o la de Verónica (otra protagonista), quien va formando distintas imágenes femeninas, desde la madre, a la esposa y por último la amante. El relator principal es un observador omnipresente que toma al lector y lo lleva por un pasado fragmentado, cruzando de vez en cuando algún sueño o divagación, obsequiándole piezas de una ficción que va formándose página tras página

Una parte de la historia transcurre en Bariloche (localidad en la Patagonia de Argentina caracterizada por su belleza en sus reservas naturales), en donde se rememora la adolescencia del protagonista, en un retroceso al tiempo completamente onírico ante una identidad resquebrajada. Cuyas imágenes como el lago y los árboles miran con desdicha a un hombre que perdido su propia realidad y que va en busca de la misma sin ningún éxito.

La novela no abunda mucho en detalles territoriales sino que nos muestras unas ciudades sin rostro, que como cualquier urbe aplacan a su propia sociedad, no es coincidencia que Demetrio sea recolector de basura, ya que la novela presenta estos desechos que creamos los seres humanos, que nos persiguen siendo partes de nosotros que nos vamos deshaciendo día a día hasta llegar a la muerte. La indiferencia y el desanimo por la vida son otros temas también recurrentes en esta novela con los que Neuman juega con una habilidad de mago, que nos invita a componer un puzzle de piezas faltantes, y que de rato en rato asoma la imagen reconstruida para luego hacerla desaparecer con un movimiento de la mano.